Mittwoch, 10. Juli 2013

Bayern: el querer ganar perdiéndose a sí mismo

Por delante la advertencia, para evitar desde el principio malos entendidos: este no es un texto contra Pep Guardiola, quien ciertamente no es culpable, aunque probablemente tampoco sea completamente inocente.

Este es un texto que quizás algunos de ustedes coleccionen, y vuelvan a leer en un par de años, cuando toda esta locura haya llegado a su final, cualquiera que sea. Yo les recomendaría incluso que lo hagan: guarden estas palabras, de pronto tenemos la oportunidad de hablar nuevamente de ellas.

Este texto, escrito en los albores de una nueva era, es para reflexionar sobre lo que está pasando en el Bayern, y con el Bayern, bajo la influencia de Pep Guardiola. Una influencia que desde mi ventana se antoja poco saludable para el club.

Hoy por hoy pareciera que en Múnich todos perdieron el buen juicio, la capacidad de pensar, reflexionar, y ver las cosas como son. Bueno, no todos, la afición, como ya veremos más adelante, se ha dado un compas de espera antes de sumergirse en la alucinación coletiva total.

Las directivas del Bayern (exceptuando parcialmente al director deportivo Matthias Sammer), y los medios de comunicación, no caben en sí de la dicha. ¡Pellizquenme, Pep Guardiola está con nosotros! Pero nadie les pellizca, y ellos obviamente no despiertan del sueño. Es más, entre ellos compiten por el honor de ser el que más ruidosamente le celebra un bostezo al nuevo entrenador.

La situación se ha desarrollado como un remolino. No parece parar desde que empezó.

Y empezó con la presentación pública de Pep Guardiola, que rebosó todos los limites de la modestia y la humildad. El evento se montó con una gran espectacularidad, de sobrio no tuvo nada, pero pocos se atrevieron a nadar contra la corriente para decir con voz firme “esto es ya demasiado”.

El propio Guardiola, interrogado en la rueda de prensa sobre el particular, sobre si disfrutaba la situación, o le intimidaba, sostuvo, adornando sus palabras con una sonrisa inocente y encantadora: “estoy un poco nervioso, pero ambas cosas son. Bayern ganó la temporada pasada todos los títulos, y yo, en mi época como entrenador, con el Barcelona, lo ganamos todo. Quizás esto es lo normal, es la primera vez. La segunda de pronto será más tranquila”.

Esa segunda presentación es poco probable que alguna vez suceda. A la primera, que es la que cuenta, el Bayern llegó “arrodillado”. Hay que decirlo como fue, y es. Eso, sin ser hincha del Bayern, me causó una tremenda conmoción.

El campeón de la Champions League, el campeón de la Copa Alemana, el campeón de la Bundesliga, el dueño del histórico triplete, olvidó la dignidad que dan los títulos. Daba la impresión, por la forma en la que fue recibido, que Guardiola estaba llegando a un club necesitado, no al club económicamente más poderoso y sano del fútbol mundial. A primera vista uno podría quedarse con la idea que el nuevo entrenador recibía un equipo en escombros, no a aquel que con una dominante y fantástica forma de jugar rompió cuanto récord quiso en Alemania, y en Europa arrolló como una aplanadora.

El Bayern no le dio valor en ese momento a su enorme peso como institución, ni a toda su tradición llena de triunfos. El Bayern olvidó en ese momento lo que era antes de Guardiola, es con Guardiola, y seguirá siendo después de Guardiola: un club más grande que cualquier entrenador, por exitoso que este sea.

Guardiola fue recibido como un redentor. Teniendo en cuenta a dónde, y cuándo llegó, la pregunta lógica es: ¿vino a salvar al Bayern del éxito? El evento en Múnich ignoró completamente la temporada 2012/2013, y devolvió los relojes al verano del 2012, la fecha en la que por razones que aquellos seguidores del Bayern y el fútbol alemán conocen, tenía sentido hacer la presentación de Guardiola de la forma en la que (equivocadamente) se hizo un año más tarde.

Pero no contentos con exhibirse “arrodillados” ante Guardiola en su presentación como nuevo entrenador del club, las directivas contaron con que la afición seguiría su ejemplo, y por eso programaron dos “misas” en la “iglesia” que es el estadio Alianz Arena, para que a cada una de ellas acudieran 25.000 “feligreses” a rendir tributo al “redentor”.

Al que debía ser el “devocional” saludo de los seguidores del Bayern a su nueva guía futbolística se le puso un disfraz de obra social: la entrada a las dos primeras sesiones del equipo bajo las ordenes de Guardiola costó cinco euros, una contribución solidaria a las victimas de las inundaciones en Alemania.

Pero ni siquiera este truco, utilizado en un país que ante cualquier tragedia dona hasta su último centavo, logró perturbar el buen juicio de una afición que ha demostrado estar menos embriagada con Pep Guardiola que las directivas del club de sus amores, o la prensa que escribe sobre la actualidad del equipo.

Pero a esos dos alucinados sectores del Bayern no les despertó tampoco de su trance el hecho de que al Allianz Arena apenas asistiera una tercera parte del total de los espectadores que se calcularon. La precaución y mesura de la afición no contuvo el espiral de elogios a todo y a cualquier cosa, que consecuencia de la inercia se desemboca sin frenos.

Jugadores con varios años de experiencia profesional, integrantes del campeón de la Champions League, son citados por la prensa destacando lo mucho que al nuevo entrenador “le gusta que poseamos el balón”. Y así, un principio fundamental del fútbol, necesidad esencial del juego, se convierte en un principio escriturado a Guardiola, quien por cierto, en este caso, tiene la conciencia tranquila. ¿Qué culpa tiene él que los demás, en su afán de elevarlo de estatura, le adjudiquen como suyo lo que es de todos?

Lo mismo ha sucedido con la presencia de jóvenes jugadores canteranos en la pretemporada. Súbitamente, porque Guardiola es el entrenador que ama la cantera, los nombres de Patrick Weihrauch, Daniel Wein o Pierre-Emile Hojbjerg están en boca del mundo entero. Curioso es, que los tres ya completan mínimo dos pretemporadas con el primer equipo, que dos de ellos tienen contrato como profesionales, y que su descubrimiento se dio mucho antes de que Guardiola le hubiese dado el sí al Bayern.

Al nuevo entrenador no le cabe responsabilidad alguna ni de la formación y surgimiento de esas jóvenes promesas, ni de que eso se deje en el olvido al escribir las historias que protagonizan esos jugadores, que con Guardiola, o con quien hubiese sido, o sea, el entrenador de turno, están destinados a seguir los pasos de otros ilustres alumnos de la academia del Bayern: David Alaba, Toni Kroos, Thomas Müller, Bastian Schweinsteiger, Philipp Lahm, etc.

Y por esta puerta temática quiero salirme de este texto en el que esbozo una locura en torno a Guardiola, a quien todos quieren ver, y de quien todos quieren hablar, como triunfador y reformador. El espacio para observar y evaluar su trabajo objetivamente, no existe.

Responsable de ese fenómeno es, en primera línea, el Bayern, que en su afán de querer ganar se está perdiendo a sí mismo. El club, cuya nostalgia eterna ha sido “una identidad futbolística propia, inconfundible y reconocible”, ha perdido el buen camino por el que venía. En este 2012/2013 estuvo tan cerca de estampar ese sello como nunca antes.

Con el entrenador Jupp Heynckes no sólo se logró una temporada histórica que llevó al Bayern a la cúspide más alta del éxito, también se le dio un rostro particular al estilo de juego. El mundo habló del fútbol bávaro. Esa senda se ha abandonado con Pep Guardiola.

Es una paradoja de la vida que el Bayern del futuro, arrojando Guardiola los buenos resultados con los que todos contamos a priori, va a estar para siempre ligado al Barcelona, al club que tanto ha envidiado, al rival que siempre deseó superar.

Y es que Guardiola es Barcelona, tanto como Beckenbauer es Bayern. Cada trofeo que obtenga Guardiola en Múnich será un trofeo del Barca, algo de lo que el club catalán podrá vanagloriarse y enaltecerse, en últimas lo gana uno de los suyos. Bayern seguirá creciendo a la sobra del Barcelona.

Con Heynckes la historia era distinta, el Bayern era el Bayern. Y si su sucesor hubiera sido no Guardiola, sino Stefan Effenberg, Mehmet Scholl, incluso Thorsten Fink o Lothar Matthäus, el Bayern hubiera seguido siendo el Bayern.

Repito, poco puede hacer Pep Guardiola para evitarlo, pero el Bayern no se le ha plantado con la altura que tiene verdaderamente como un club exitoso y de tradición; está buscando con él una identidad propia a partir de una ajena; y fomenta a su alrededor una alucinación que enceguece.

Así ha arrancado esta nueva era del Bayern, cuando termine revisaremos este texto y sabremos más. Quizás entonces lo que he abordado aquí explique algo, sea relevante. Quizás ni lo uno ni lo otro.